Lo que dice Juan de Pedro… De la ofensa de “La Sirenita” al normalizado “Whitewashing”

Por José L. Evangelista.

Según la televisión mexicana, en nuestro país no hay morenos o somos ubicados como ciudadanos (o humanos) de segunda: criminales, peones u otros. La imagen colectiva nacional creada es la de ser personas caucásicas. De ahí el "agravio" sentido cuando "La Sirenita" no será "como en las caricaturas", pues hay una ofensa de "no vernos representados" en la película. Incluso, hay quien se siente ofendido y agraviado por "la corrección política que, ¿dónde nos deja?", como si nosotros, de alguna manera, también fuésemos desplazados. No, nadie nos desplaza, porque nosotros no solemos existir en esos papeles: no hay protagonistas morenos. Desplazados estamos desde hace tiempo, sólo que tan desplazados estamos de nosotros mismos que no hemos caído en cuenta de ello.

Defender esa imagen de la persona blanca (con todos los atributos que le asignamos en automático: bondad, belleza, veracidad...), es también defender una imposición que nos niega a un porcentaje mayoritario de la población. Es defender aquello que se nos ha hecho creer y, se nos ha hecho creer, que no valemos. En este caso, queremos ocultar la contradicción interna por medio de memes y chistes, pero sigue ahí: al luchar contra una "corrección política", luchamos contra un espacio que da lugar a personas como nosotros o, en este caso, a otro "grupo minoritario" (¡y vayan a saber cómo se hacen las cuentas para hablar de "minorías" porque hasta las mujeres son “minoría”!).

"¡Maldita corrección política en la que, tal vez, algún día contemos!" Si las cosas siguen así, ¿quién sabe?, quizás seamos tomados en cuenta en algún punto y, ¿cómo podremos vivir con esa carga de no ser excluidos? Con esto no afirmo que toda corrección política sea lo mejor, sino que quiero manifestar lo absurdo de nuestra posición en contra de aquello que podría apoyar una decolonización, mientras nos aferramos a que nos den los "papeles que merecemos" (ser ciudadanos o personas de segunda categoría, fuera de lo social, etc.).



"Se trata de una inconsistencia histórica", me dirán algunos. Y bueno, quizá sí se trata de una "inconsistencia histórica" porque, en efecto, los nórdicos son los "rubios por excelencia" y, por ende, las sirenas que existen allá son rubias. Por otra parte y ya que nos pusimos académicos, ¿qué evidencia histórica tenemos de la existencia de sirenas? ¡Vaya, si ni al cuento de Hans Christian Andersen se apegan!... ¡Por favor, no me vengan!, en serio. Dirán que fidelidad histórica y lo que gusten, porque para estas cosas cualquiera se suben al "tren culturoso" y cita esos términos, sin embargo, en ese mismo sentido todavía creemos en judío del siglo primero que era caucásico (piel, cabello y ojos claros). Es decir, sólo se defiende una imposición de lo que "somos" ("debemos ser para valer") y tomamos lo que esté a nuestro alcance para su "defensa".

Y sí, podemos negar nuestra condición o la de quienes nos rodean: Vayan, si quieren, a negarlo con algún maquillaje aclarante o señalando que "no tienen rostro" de monumento prehispánico, inventando que aunque somos "morenos claros" (no como descripción sino como atenuante) tenemos educación, somos personas de bien y lo que gusten, es decir, somos “no morenos”, contamos con rasgos caucásicos, o alguien en nuestra familia o en un curriculum vitae (así, en latín mal pronunciad) oculto que no dudaremos en exponer. Después de todo, yo sé, no es discriminación interiorizada o explícita, después de todo, alguno de sus mejores amigos o amigas, lectores, son de piel morena, ¿o me equivoco?. Esto, antes que cambiar algo, lo reafirma.

En mi caso particular, cuando vi una película sobre las guerras cristeras (me parece que Cristiada, 2012), a mis entonces 27 años (también veintitantos si fuese otro filme), por primera vez me di cuenta que personas como yo eramos dignas de aparecer en el cine, de ser buenos, ser héroes, luchar por el bien y no estar al servicio de otros. Con contadas excepciones, quienes aparecieron ahí eran como yo, yo soy como ellos, al menos físicamente. Para quien siempre se ha visto representado (sea porque es o supone ser de rasgos caucásicos) eso es intrascendente y esto se trata de una romantización, sin embargo, para mí fue muy significativo. Cuando uno da por hecho que tiene cabida en el mundo y todo reafirma esta idea, efectivamente parece intrascendente el considerar esto “uy, sí, me parezco al de la película” es fácil de pensar cuando todas las películas programas televisivos y obras hablan de personas como yo (o a las que asumo parecerme). Hasta que no se está fuera de ello y se asume que así, estas situaciones cobran sentido.

¿Ha reclamado Ud. a nuestra televisión mexicana la inclusión de personas morenas en horario estelar?, ¿en noticieros, telenovelas y otros tantos?, ¿no? Entonces no me venga a hablar de representabilidad, de corrección política, inclusión forzada, corrección histórica u otras. En ese caso, Ud., a final de cuentas, sólo busca que se mantenga una situación que nos han impuesto donde muchos no tenemos cabida y esto, a final de cuentas, lo hace por razones sencillas, tan simples como miserables: Ud. se asume del lado de los buenos y, para hacerlo, necesita ubicarnos en el lado de los malos (además de faltos de veracidad y belleza, "salvo excepciones" [Ud. asume ser una de ellas porque "no tiene el nopal en la frente" dado su "inglish mocho"]).

Seamos honestos: No defiende Ud. a Ariel, ni la precisión histórica, ni se opone a la imposición de los "lobbies". No, señor, no señora, Ud. defiende que haya quienes, por naturaleza, debamos ocupar el lugar inferior, indigno, que sostiene sus privilegios pues, Ud., lo sabe, es más probable sea una persona de bien, bella, culta y veraz que yo. Si acaso, como soy su amigo o quien sea su amistad de mi condición, sabe que en ese lodazal, habemos excepciones que le acompañan, pero el resto, debe estar ahí para recordarle su "superioridad" "de nacimiento", sin ningún mérito, más que la auto afirmación con que pretende negar que, quizá, sea Ud. y no nosotros, quien nada ha hecho de sí para llegar a donde está.

Apropiación cultural, ¿ubica el concepto? Es el uso de rasgos culturales por culturas ajenas a aquellas a las cuales pertenecen originalmente. Se dirá que en la era globalizada es imposible que esto suceda, que es demasiado u otras variaciones. Aunque puedo concederlo a cierto grado, sólo quiero recordar algunas notas:



  • Hace unos meses, en nuestro país, se realizó un “brownface” para burlarse de Yalitza Aparicio. No hubo indignación. Una mujer blanca, sin problema, puede ridiculizar, haciendo de alguien morena a través del maquillaje y la burla. Pero, hoy sí, sacrílego que un dibujo animado de fantasía sea interpretado por una persona de color
  • Las creaciones artísticas de nuestros pueblos originarios (esos que también son “morenitos”) son “menos que arte, por eso artesanías” y “regateadas” hasta que tras un “whitewashing” adquieren valor en su “interpretación” (piratería) caucásica. De nueva cuenta, esto no es problemático
  • “Whitewashing”, históricamente es la pauta no sólo de filmes internacionales sino para la cultura en todos los niveles de nuestro país. Es considerado algo de valor
  • Si hacemos memoria, en Avatar: The Last Airbender, su “whitewashing” nos permitió ver a personas de piel clara sustituyendo a los personajes “no tan claros”... al menos a los “buenos”, en el caso de los “malos”, no es problema si son de piel más oscura (“así deben de ser las cosas”), por lo que se utilizaron actores de piel más oscura. En la propuesta para Ariel que nos ha traído a este punto, bueno, sucede al revés. No entraré más en las polémicas de ambos casos, pero al menos en caso del anime, la queja por la fidelidad fue de los “fans” más que “indignación generalizada”. Disgusto más honesto cuyo sabor no fue, tan claro como hoy, un intento de limpiar la consciencia...

Detengo la lista, no tiene caso seguirla. Si con estos ejemplos Ud. es incapaz de agregar otro, continuar con ellos no hará nada, pues no es falta de conocimiento sino de actitud. Si ya han hecho posar la mirada en ello y otros casos, se ha cumplido el propósito. Remito entonces al inicio de estas líneas, la televisión mexicana tanto como los “proyectos de modernización nacional” se han basado, históricamente, en lo que hoy se ubica como “whitewashing” y la apropiación cultural (o negación cultural propia para imponer apropiaciones fallidas). Esto se ha normalizado, porque somos merecedores de ser desplazados, por su parte, ¡Dios nos libre de que la Sirenita cambie su tono por uno más oscuro!, ¡no sea que se nos vaya a parecer! Queramos o no, ello tiene consecuencias: racismo interiorizado.

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Soy moreno. No sólo eso, me asumo como tal y, además, me atrevo a llevarlo con orgullo. No porque quiera el reconocimiento de mi condición sin haber hecho nada, por el contrario, porque lo poco o nada que soy, lo soy bajo esta piel y lo que me ha implicado, en su momento me ha supuesto descalificaciones, sutiles o de mayor peso, pero discriminación a final de cuentas. No es orgullo ser lo que se es por nacimiento, orgullo es saber que se puede caminar con la frente en alto y ser, bajo la mirada que me supone menos a causa de aquello que por nacimiento se es. Hay un orgullo en ubicar que se ha avanzado para llegar al punto cero y ser (medianamente) reconocido como ciudadano y persona, al menos no saboteado. En los más de los casos, quien cuestiona ese orgullo es porque se encuentra en el privilegio.

Cierro, solamente, con anécdotas que se han repetido más de una vez. Soy moreno, cuando acudo a ciertos lugares, los encargados de seguridad me siguen. Soy moreno, cuando acudo acompañado por personas blancas a ciertos lugares, otras personas se aproximan a mí para pedirme informes, pues he de ser empleado. Soy moreno y soy docente, también conferencista, en más de un espacio se ha supuesto que soy el asistente del profesor... soy moreno y podría continuar, pero estaría ya saliendo del lugar que me corresponde y si, lector, lectora, ha llegado hasta aquí, es probable que sepa por qué, darnos la voz, incómoda, por lo cual habríamos de haber aprendido el lugar que nos corresponde, lugar que es, a su manera, “bajo el mar”, donde no incomodemos a no ser con la alegría de algún canto que le entretenga con nuestro exotiquismo propio de cierto retraso cultural.

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